Laboratorio animado (I): el bosque de los cien acres

En el mundo de los relatos infantiles tambi?n se esconden saberes insospechados: as? lo cree la asociaci?n m?dica canadiense, que public? un agudo an?lisis sobre neurodesarrollo a partir de… Winnie the Pooh.

Est?n entre nosotros desde la m?s tierna infancia y, sin que nos percatemos, son portadores de diversas noticias de la ciencia. Son nada menos que los dibujitos animados, que tambi?n han sido objeto del certero escrutinio cient?fico. Ojo, no hablamos de manga ni de los poderes de Ben 10 y ni siquiera de la ara?a que pic? a Spider Man o del cerebro de los cuatro fant?sticos, sino del maravilloso mundo de Disney y otros amigos no menos fascinantes. As? que all? vamos: a la tele o al laboratorio.

Comencemos por los sospechosos menos pensados: Winnie the Pooh y sus c?mplices. En un fascinante trabajo titulado Patolog?a en el bosque de los cien acres: una perspectiva de neurodesarrollo sobre A. A. Milne, investigadores canadienses descubren lo obvio: que estamos frente a una banda de chiflados (y as? lo publicaron en la revista de la Asociaci?n M?dica Canadiense, nada menos). El inocente mundo de Christopher Robin esconde toda una colecci?n de psicopatolog?as claramente definibles en los manuales modernos de Psiquiatr?a.

Veamos a Pooh mismo: seg?n el estudio, el simp?tico osito padece claramente de trastorno de hiperactividad con d?ficit de atenci?n, agravado por una cierta incapacidad cognitiva (se dice en alg?n cap?tulo que el personaje tiene «muy poco cerebro», tal vez relacionado con cierta tendencia al da?o craneal en sucesivas ca?das) y una fijaci?n obsesivo-compulsiva en la miel, lo cual genera una obesidad significativa en el paciente. Los catedr?ticos sugieren tratamiento farmacol?gico inmediato para mejorar la calidad de vida del osito. Su amigo Piglet es un claro ejemplo del trastorno generalizado de ansiedad, que requiere de tratamiento psicoterap?utico y con las drogas adecuadas -tal vez una diagnosis temprana hubiera impedido su permanente b?squeda de peque?os efelantes-. Aunque tal vez el mayor problema para una adecuada salud mental en el bosque sea la distimia cr?nica del burro Igor que, claramente, presenta un cuadro depresivo con una p?sima autoestima, anhedonia e hipoactividad cr?nica -todo lo cual apunta a una terapia con fluoxetina u otro f?rmaco de probada acci?n antidepresiva-.

Otro notorio extraviado es Conejo, con tendencias narcisistas y en muchas ocasiones autoritarias. Su af?n de poder lo lleva a dirigir operaciones de dudoso ?xito, llevando a riesgo a sus amigos, a quienes seguramente considera sus subordinados.

?El sabio B?ho queda a salvo de este diagn?stico implacable? Nada de eso: su evidente dislexia, pese a sus (infructuosos) esfuerzos por ocultarlo, requiere un tratamiento fonoaudiol?gico, a ver si alguna vez nos enteramos de qu? cuernos quiere decir.

Nos quedan dos amigos que tampoco se salvan de las garras de la ciencia. Rito, aparentemente hijo de madre soltera y sobreprotectora, debido a sus rasgos de impulsividad e hiperactividad est? en un claro riesgo de desarrollar una personalidad violenta. Y all? estar? su amigote Tigger para acompa?arlo, un p?simo modelo para el desarrollo del peque?o, siempre dispuesto a asumir riesgos innecesarios -incluyendo la b?squeda permanente de sustancias desconocidas, como ser hierbas, granos y cardos-. Luego de probar estos potenciales estupefacientes, Tigger sale saltando alegremente por los prados y los ?rboles del bosque, generando obvias sospechas sobre sus motivaciones.

De m?s est? decir que estos diagn?sticos han generado pol?micas y m?s de una carta en la prestigiosa revista, como la que propone revisar los criterios y decir, m?s simplemente, que Pooh es un adicto a la miel que requiere rehabilitaci?n urgente (y tal vez tratamiento con metadona). Es esta adicci?n la causa de su peque?o cerebro. A esto se agregan rasgos de autismo para B?ho, con sus pobres dotes sociales y, finalmente, se hace hincapi? en las diversas fobias de Piglet, temeroso de todo y de todos (de hecho, no sale de su casa a menos que Pooh lo arrastre hacia fuera).

Ni siquiera hemos mencionado a Christopher Robin, ese curioso ni?o que, sin ning?n tipo de supervisi?n familiar o escolar, se la pasa hablando con animales inexistentes. En definitiva, el bosque no es un lugar encantado ni m?gico, sino tal vez un experimento velado en tratamientos secretos y novedosos (y naturales) para diversos rasgos psicopatol?gicos. Hay autores que han considerado seriamente estas opciones, incluyendo libros como El Tao de Pooh y Winnie Pooh y los fil?sofos, que proponen que el camino a la sabidur?a puede ser revelado por el osito de peque?o cerebro. Algo nos est?n ocultando, compa?eros.

Por Diego Golombek

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